Sin duda, las primeras células que aparecieron sobre la faz de la Tierra fueron células procariotas, es decir, sin núcleo. Su genoma era un conjunto básico de genes que flotaban en su citoplasma en forma de una cadena cerrada, llamada “cromosoma circular”. En el desarrollo de la reproducción, esas células tendrían que copiar su genoma para pasar la copia a la célula filial. En ese proceso, repetido miles de millones de veces, algunas copias de genes pudieron quedar fuera del cromosoma circular. Esas copias, denominadas plásmidos, fueron transmitidas no ya de una célula parental a una filial, sino también entre células adultas, o incluso entre células de distintas “especies”. Ese proceso de intercambio de plásmidos (conjugación), podría ser la forma más rudimentaria de sexualidad. Es posible que algunas células tuvieran más tendencia que otras a recibir plásmidos, aumentando su colección de plásmidos. Esas células procariotas desarrollaron estructuras membranosas internas (mesosomas) para resguardar tanto su cromosoma circular como su colección de plásmidos. El mesosoma es una estructura que se aprecia en ciertas bacterias gram negativas, y también en las mitocondrias y cloroplastos, los cuales poseen membranas internas especializadas en procesos metabólicos. Y el mesosoma origina el núcleo.
Una gran acumulación de plásmidos llevaría a un gran aumento del genoma. Esas células, con esa enorme cantidad de genes, pudieron realizar múltiples funciones fisiológicas, y tener una mejor capacidad de adaptación. A partir de aquí existe una gran presión selectiva. ¿Por qué?. Porque las células con copias defectuosas de genes no sobrevivirían. Existen entonces varias opciones para solucionar el problema, aunque todas llevan al mismo destino:tener varias copias «sanas» de los genes. Si tienes dos copias de un libro muy valiso puedes dormir tranquilo porque si una copia se te estropea, tienes la otra para suplirla.
Una de las opciones es duplicar tu genoma varias veces. La otra opción es fusionarte con otra célula. Aunque la primera podría ser la más sencilla y lógica, conlleva un gran problema: no puedes distinguir entre las copias buenas y las copias que se te pueden copiar mal. Puedes acabar teniendo una copia buena y otra mala. Sobrevives, sí, pero cargas con información inútil; y si se te estropea la copia buena estás muerto.
La otra estrategia es mejor. Si te fusionas con una célula puedes estar seguro que esa célula lleva copias buenas, puesto que está viva (mientras esté viva tendrá copias «sanas»). Es la estrategia de la conjugación, pero llevada al extremo. Las dos células fusionan sus genomas, teniendo seguro que son dos copias sanas de los mismos genes. El fruto es una célula diploide, con dos copias de cada gen.
Para repetir el proceso con éxito, la célula se dividirá en células hijas haploides, pero no les dará dos copias a cada hija, sino una sola copia.
Si la hija conserva copias sanas vivirá, pero si recibe alguna copia defectuosa morirá porque no tendrá otra copia buena para sustituir a la defectuosa.
El lector observará que el proceso repetitivo da, automáticamente un ciclo de vida haplonte, y la sexualidad. Las células haploides que se fusionan son los futuros gametos,mientras que la célula diploide será la que origine un cuerpo pluricelular.
La pluricelularidad la puede originar tanto una célula haploide, como una diploide. Pero, en cualquier caso, la pluricelularidad es consecuencia de una división sucesiva pero sin separación. Las células permanecen juntas y se reproducen estando juntas. La formación de un cuerpo conlleva que unas células están sometidas a circunstancias distintas (células externas y células internas, por ejemplo). La consecuencia es que unas expresan unos genes y otras expresan otros genes, según los estímulos, de modo que se especializan y se diferencian.
A modo de conclusión podría decirse que la pluricelularidad tiene su origen en el sexo, y el sexo, a su vez, tiene su origen en la necesidad de tener múltiples copias de los genes.